martes, 2 de diciembre de 2008

Entre las algas hediondas y un perro disúrico

La magia del SMS:

Yo
: Qué vas a hacer hoy en la tarde? No alcancé a preguntarte. Besos
Ella: No sé todavía, tal vez vaya a pagar el auto... mmmhh.
Yo: Uhmmm... y puedes pagarlo el viernes? Porque tengo el viernes, sábado y lunes libres en las tardes. Hoy me podría escapar pero tengo sólo hasta las 5. Dp te llamo. Bye!
Ella: No sé que hacer?? Si duermo ahora... no duermo nada a la noche.. Estoy peor que las viejas! Jaja! Besos!
Yo: Uhmm... pero duerme una horita no más. Así te acuestas una hora tarde y conversas conmigo a la noche :)
Ella: Ya te fuiste? Si no, te tinca ir a fumarnos un cigarrito a Cocholgue?
Yo
: Caleta Chica? Te espero al lado del restaurant Juluz. Besos.


Mientras frenaba en seco después del último mensaje de ella, que me encontró saliendo a 120 km/h de Tomé, giré en seco al frente de la Copec, y me dirigí hacia Cocholgue, pensando de si ella llegaría antes (vive más cerca) y estaría esperándome. ¿Qué será mejor? ¿Que ella me espere y que piense que la dejé plantada? ¿Esperarla ansioso dentro de mi Banzai, con música de Marvin Gaye? Ninguna de las anteriores. Estacioné fuera del predicho restaurant, encendí un cigarro, coloqué mi música de auto y... NO, NO!! Rammstein, Lacuna Coil y Metallica no son ad hoc. Radio FMDos fue la elección y procedí a inmolar a ese pequeño escurridizo, vestido de papel.

Uhmmm... nice! necesitaba la nicotina fluyendo en mi ...¡¡Cresta!!!. Voy a estar pasado a pucho! Poco sexy un cenicero con ojeras de dos días de mal dormir!. Procedí a ir al Juluz a comprar mentitas, me engullí dos y terminé a Don Lucky Corriente.

Luego, mis rasgos paranoides aparecieron. ¿Querrá decirme que todo fue un error? Exquisito, pero error al fin y al cabo?? Mierda.... tshmmmmmm (abriendo sunroof), no pienses huevadas Carlos!. Por algo te mandó los SMS.

A la distancia (no tanta en realidad) aparece el pequeño "huevito" cuyo parabrisas trasero dice "Te tón 2008" (alguien le borró convenientemente la "le" intermedia) con una velocidad digna de un chita con distemper. Pero bueno. Dos cromosomas X juntos al volante no son buena combinación. (No comentarle esto por favor). Se estaciona un poco lejos, y se baja. Su cuerpo de Nutella se balancea sobre la vereda en posición de "¿vamos?"

Me bajé del auto, y en el preciso instante que colocaba la alarma, sonó el ringtone de mi celular... era mi Santa Madre diciendo que un encargo ya había sido enviado. Siempre tan oportuna ella. Por algo la adoro.

Un metro... 50 centímetros, 20 centímetros, mi brazo rodea su afrodisíaca cintura y nos saludamos, como dos verdaderos cómplices que planean un asalto a mano armada, pero que disimulan armas mortíferas detrás de pistolas de agua: con un beso en la cara. (Por la chucha, pero que bakan!). El aroma de playa inunda nuestras fosas nasales... ¿Aroma? Había un hedor a alga descompuesta de hace 2 temporadas estivales, con restos de cerveza de innumerables fogatas y quizás uno que otro resto de pescado por la playa. Ah, y una gaviota muerta.

- Tú escogiste el lugar, así que no te quejes - dije con voz de resignación, sólo esperando a que ella se picara y me pegara, así podría abrazarla como si me hubiera enojado y la habría besado sin que ella alcanzara a decir... "P.." (ni siquiera "Pío")

Sólo me miró con su sabrosa cara de picota y procedió a bajar las escaleras. No puedo evitar mirar su cintura, es tan ricaaa!!, casi me mato en pos de ir tras la primera vez que veo tanta curva en una escalera. Aparte que un perro de raza quiltranesa pura sangre nos acompañó como fiel testigo y se cruzó entre mis piernas con su delicado pelaje de tiña. Bajamos y precisamente el aroma del ambiente era un excelente augurio de lo que encontraríamos en la playa: algas imperecederas de tiempos inmemoriables, agonizantes, sumidas en su hedor.

Me miró, la miré, nos miramos y sólo pude reírme un poco y decir "- que romántico -".
Su respuesta tanto física como verbal era predecible: "ahhh, pesáo!!" y su brazo tomó vuelo y acarició (aforró) mi hombro. Mientras tanto, nuestro can camarógrafo procedía a orinar el mismo tronquito donde segundos antes habíamos decidido sentarnos, con una orina color "Kem Xtreme", fosforecente al máximo, y que lo delató como consumidor frecuente de drogas alucinógenas.

Nos acercamos a un parapeto de piedras que protegía unas plantas y nos sentamos ahí. En ese preciso instante recordé que Don Lucky había quedado en la guantera de mi auto y Don Encendedor en el asiento del copiloto. Me sorprende con que ella compró Lucky (siempre fumaba Kent) y concluí que estaba de cierta manera dándome en el gusto. Un pequeño capricho, pero suficiente para mi ego cuya nariz se apretaba del olor. Una vez encendidas nuestras linternas de alquitrán, conversamos de la vida, del color de los ojos, de trabajo y de varias cosas más, pero que de verdad no importaban porque sentía su cuerpo acercarse milimétricamente al mío y el mío acercarse al de ella, pero centimétricamente. ¿Ansioso? NO, pero sí deseoso de sentir esos labios de miel.

Tuvo que aparecer el infaltable flayte chileno, bajando unas escaleras aledañas, e interrumpiendo el momento de delirante pasión que gritaba a voces que vendría. Pero quizás fue mejor. Quizás ese deseo interrumpido renació de manera más fugaz y encendió la mecha de unos apasionados besos con sabor a "necesitaba ésto" y a la vez con un toque de "uhm... que rico". Y ni rastros de "esto es un error".

Duró no más de 5 minutos aquél encuentro, pero que pareció ser más breve todavía y dejarme con muchas, pero MUCHAS ganas de más de ese elixir divino. Si los dioses griegos hubiesen conocido el sabor de sus labios, se habrían pasado por su teológica raja milenios de hidromiel y banquetes. Y estarían todos jotéandola. Pero esos 5 minutos fueron míos, exclusivamente míos, y para mí. Nada de huevones con zapatos alados rondando con arpas ni otros objetos de trola procedencia.

Subimos las escaleras, una mirada clandestina, un beso en la mejilla de ella, seguido de un desafiante beso mío en sus labios, cerraban esa jornada de escape y complicidad. La decisión de "quién se volvería primero" fue ganada por mí ya que llevaba 45 minutos de atraso a mi trabajo, por ende, aunque ella se fuera primero, no duraría absolutamente nada en la delantera.

Una última mirada que decía "quiero verte de nuevo" salió de mis ojos. Le respondió un parpadeo que susurró "el viernes...".

Tomé el volante de Banzai, quien sin mucho darse de rogar pronto alcanzó los 170 kms/hora en la recta de Punta Parra. El viento azotaba mi cara, volví a escuchar mi música de auto, con Rammstein y Lacuna Coil, pero esta vez no hablaban de historias lejanas, en idiomas de raíz germánica, sino que cantaban acerca de dos protagonistas de un nuevo capítulo en el libro de mis días, en el cual se escriben ahora sabrosas palabras, deliciosos párrafos y cómplices versos, ambientados entre algas de no tan mal olor, y como único testigo, un perrito con problemas urinarios.

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