martes, 30 de septiembre de 2008

¿Qué es la dignidad? [27.01.08]

Señora Ana, 95 carreteados años, una sonrisa encantadora, manos curtidas por el trabajo y el pasar de los años, y a pesar de eso, muy pocas visitas al día. Así me gustaría empezar una Historia Clínica. Lamentablemente, el sistema no es así, sino una especie de frío patíbulo donde cada persona llega a ser un número (ficha clínica), o "la diabética" (no "la señora Rosa que sufre diabetes"), casi apuntándole con el dedo, riendo como Nelson de Los Simpson, o el más común "la de la cama trescientos seis".

Yo creo que nuestros padres nos bautizaron por alguna razón con nuestros nombres, nuestra crianza nos va entregando nuestro carácter y finalmente los años van quitándonos las fuerzas. Pero desde que nacemos, algo que nunca perdemos es la dignidad. No porque no se vaya "gastando", sino más porque es algo que viene con nosotros desde antes de nacer. Nuestra dignidad de ser humanos no es algo que vamos obteniendo con el tiempo, por ende, no es algo que podamos perder.

Pero entonces, ¿cuál es la puta razón por la cual algunas personas tratan a otras como meros pedazos de carne? Les contaré una breve historia del cotidiano vivir de un interno de una Sala de Medicina Mujeres.

Estaba la señora Ana feliz de la vida durmiendo en su camita. Bueno, no tan feliz de la vida, con cierto grado de insuficiencia respiratoria y con una falla renal que sería capaz de matar un semental pura sangre, pero ella estaba tranquila, con su dificultuosa respiración, sus paños orinados, y con su trasero probablemente lineal dado las duras camas de estos hospitales tercermundistas. En ese entonces, llega cierto paramédico. Entra a la sala con cierto aire de "aquí vengo yo", no tan prepotente, pero asumiendo que estaba de "local". Se dirige al final de la sala, toma un set de paños limpios, y se dirige a la cama de tan adorable viejecita.

La zamarrea, la trata de levantar, y ella en su desesperación por ver un hombre desnudándola y tironeándola, ella se resiste y empieza a gritar "ayúdenme!!", "defiéndanme!!"... (hagamos un break acá. Asumamos que es una persona de 95 años, época en el cual se consideraba signo casi degeneradamente pervertido mostrar las piernas más arriba de la rodilla en público). Y figuraba este individuo con la señora patas arriba, mostrando su humanidad a toda la sala (con visitas incluídas) con una brutalidad casi sajona y rostro impertérrito vistiendo de paños a la abuela.

Ella se resiste, él no cede... ella grita, él no escucha... ella llora, él ignora...

Luego de tan macabro espectáculo, llega el paramédico, se acerca a nosotros y nos dice "... a esta señora hay que amarrarla, se agita demasiado...". Ahí ya me salió lo indio. Pero menos mal que la becada de Medicina le dijo que no, porque de verdad no convenía para la convivencia dentro de la sala que yo abriera mi bocota "en caliente". El tipo asintió y se retiró como hiena a la cual los leones aún no la dejan comer.

Como siempre, me retiro después de las 5 PM una vez entregada la sala a los residentes, y también como siempre, me despido de las viejas. Es entonces cuando me dirijo a la señora María, de la cama contigua a la de la señora Ana, y le digo "cuideme la vieja, ya?", y procedo a salir de la sala. No había dado 2 pasos cuando el paramédico hace el siguiente comentario: "chuta que santifica a la veterana, eh?".

Mi corazón se detuvo como en esas secuencias en cámara lenta de Ridley Scott, al igual que mis pies. Mi lengua se batía desesperadamente por salir de las rejas de carne que la tienen constantemente aprisionada y decir de una vez lo que le tenía que decir, mientras mi cerebro pensaba rápido "pro's y desventajas" de cualquier acción (recuerden mis rasgos paranoides).

Lo miré, y SOLO pensé lo que tenía que decir. No emití sonido alguno por mis labios, pero creo que él leyó mi mente, ya su rostro no era impertérrito, sino especulante. Me di media vuelta y continué mi travesía hacia la residencia de internos.

"Yo en esa señora veo a mi propia abuela, a la abuela de mis amigos y por sobre todo, veo a una persona que sólo quiere morir tranquila. Si usted la ve como un saco de papas, o una de las tantas cosas a manipular en su trabajo, bien, pero no se atreva a decirme como ver a la gente que me rodea...".

Me lo repetí constantemente hasta llegar a mi casa. Cuestionándome si debí habérselo dicho o si hice bien en no decírselo. En otras circunstancias le pego al estúpido, pero habría tenido consecuencias. No que me echaran de la carrera ni nada, sino haber dejado la sala sin paramédico por esa noche...

Al ver esto escrito, me cuestiono nuevamente como vemos nosotros mismos la dignidad de las personas que nos rodean, y me doy cuenta que mientras menos respetamos a nuestro prójimo, menos nos respetamos a nosotros mismos. La dignidad por sí sola, de ser humano, no se puede perder, pero también aprendí a ver de que hay muchas cosas que la condicionan. Uno de los significados personales que le atibuyo a "ser digno", es "ser merecedor". Y las acciones de cada uno, nos "hacen ser merecedores" de respeto, admiración, o simplemente compasión como fue en este caso. La dignidad de mi damisela continúa intacta, al contrario que la dignidad de tal individuo de traje celeste.

Bueno, al llegar a mi casa, me hice una pequeña promesa, un pequeño intento, un pequeño reto. Voy a hacer a esta señora más digna de lo que es. ¿Cómo me dirán ustedes?. Haré lo posible por estabilizarla, darle soporte vital suficiente para mantenerla paradita un par de días u horas, para apurar el alta y que vaya a morir con los suyos. Sintiéndose acompañada, comprendida, y que ojalá alguien derrame una lágrima por ella cuando se nos vaya de este mundo.

Sé que es una decisión éticamente cuestionable, pero quien la cuestione puede quedarse con sus razonamientos, porque podré perder en algo la objetividad como futuro doctor, pero no perderé mi dignidad como ser humano.

The Leviathan

Requiem [25.08.06]

Tema: Temor a la Muerte

Es otoño. Comienzo a observar las aves que emigran del sur en busca de tierras más cálidas. No todas volverán. Muchas de ellas se quedarán en el camino; muchas ya saben que no hay retorno. Saben que es sólo un viaje de ida a un lugar que conocían desde el momento de nacer. para algunas significa el retorno a sus orígenes, a las tierras que las vieron aparecer en este planeta. Me pregunto si la vida del hombre es como el vuelo de las aves; el viaje comienza con un despegue lleno de entusiasmo y con un ímpetu incontrolable por llegar a lo más alto. Es un viaje hermoso, pero siempre persiste en la mente la sombra del aterrizaje. Para muchos ese aterrizaje es el definitivo. Esa tierra que te recibe se convertirá en tu última morada.
¡Oh, Dios!, quién me vio años atrás, cuando joven, dando brincos de alegría por verdes campos de hierba, persiguiendo las aves como un inocente juego, las cuales asustadas se alejaban de mí, emprendiendo un trémulo vuelo. Yo jugaba, feliz, lleno de energía, sin pensar en el futuro, sino dejándome atrapar en un paradisíaco presente. Recién emprendía mi vuelo. Quien me viera ahora. Aquí estoy, postrado en un sillón, justo en frente de una chimenea de alerce que durante años ha entibiado mis ancianos huesos. Mi rostro arrugado, casi inexpresivo, es una magra burla de lo que años atrás fue un rostro feliz y sonriente. Ya mis labios no sonríen. Sólo se dedican a sostener una vieja pipa de ébano que desdedécadas atrás se ha convertido en mi única compañera. Mi blanca y larga barba acaricia mi pecho, cubierto de entrecano vello, el cual se esconde cual tímido muchacho tras una bata de corte escocés, como si temiera exhibirse ante un irreal observador. Por Dios. Quien me vio y quien me viera; ahora esperando que mi existencia llegue al final de su vuelo.
No le temo a ese final. Toda mi vida volé errante, sin un plan de de vuelo ni proyecto a realizar. Dejé que el viento fuera mi guía. No siento en todo caso que mi vida fue en vano. Por lo mismo, mi aterrizaje no debería ser muy duro. Durante mi existencia, hice todo lo que tenía que hacer, no deje oportunidad sin aprovechar, no deje nada por lo cual temer el aterrizaje ni nada por lo cual volver. Todo lo que me queda esta justo al frente, ya no queda nada atrás. Ya no tengo pasado, sino sólo futuro. Dicen que hoy es el comienzo del resto de tu vida. No creo que eso sea válido cuando estás justo en el día de tu muerte. Sí, lo sé. Hoy es el gran día. Éste es el día por el cual he esperado toda mi vida, aunque si bien no lo recibo con mucha emoción, lo aguardaba con gran ansiedad. Se acabó el tabaco de mi pipa, creo que esta será la última. Digo “Adios vieja amiga” mientras la arrojo a las llamas de la chimenea, justo en el momento que siento una fría brisa que acaricia mi barba, mi rostro y mi cuerpo, como si fuera el viento que sostiene mis alas. Cierro los ojos. Veo esos campos de hierba que me acogieron durante mi niñez extender sus brazos fraternales para recibirme. Ya no me encuentro en mi sillón. Ya no siento el calor seco que me proporcionaba esa vieja chimenea. Sólo siento el viento de la libertad que me cobija en sus etéreos dedos y que me guía hacia abajo. Mis pies tocan esa húmeda y fértil tierra madre que me vio años atrás. Ya no soy ese viejo miserable y decrépito que gemía en ese ruidoso sillón. Ya éste no está. Ya no escucho crepitar la madera mientras arde en la chimenea. Ya no siento el olor a tabaco que emanaba de mi vieja pipa. Ya mis dolores han desaparecido. Me miro. Ahora veo un niño, corriendo nuevamente por estos prados, sin pensar ni en futuro ni en pasado. Siento una tranquilidad que me inunda. Mi alma está tranquila. Ha vuelto a su origen. Me rodea la verde llanura, el freso viento y, por sobre todo, el silencio.



The Leviathan

El Silencio de los Inocentes [25.08.06]

Tema: Sistema Educacional Chileno

Parecía una galería de arte. Cerca de veinticinco personas jóvenes, de entre dieciseis y diecisiete años, estaban sentadas con una terrible expresión de esceptiscismo en sus rostros, justo en frente de lo que parecía ser una pálida y desabrida estatua parlante, que no hacía más que repetir una sarta de palabras inconexas. Este grupo de jóvenes tenían mucho en común: casi la misma edad, intereses, formas de pensar; veían una franja en sus vidas, que se podría extender por muchos años, exitosamente. Era un futuro cercano, con muchos logros consumados, sintiéndose como verdaderas personas dentro de esta sociedad. Pero algo pasaba en ese momento. Se daban cuenta que estaban presenciando sólo un triste y aburrido monólogo, mientras sus aburridas mentes divagaban acerca de cómo perdían el tiempo. Y eso no era lo peor, sino que a medida que pensaban, se iban dando cuenta de que ese momento se repetiría por muchos años más. No podían hacer nada por deshacerse de ese ser de las tinieblas que no hacía nada más que repetir cual loro un montón de cosas que él creía interesante para la audiencia. Ya nadie podía aguantar más. Era la tiranía del conocimiento irrelevante que no hacía más que oprimir este grupo de jóvenes. No estoy diciendo que esa materia en cuestión no fuera interesante. Sí lo era. Pero no se puede prestar atención a algo para lo cual nadie quiere que concentres. Si ese carcelero intelectual pusiera un mínimo esfuerzo por interesar a su audiencia, los rostros de los presentes probablemente tendrían otra expresión. Por un momento el monólogo cesó. Había tanto silencio, que era posible escuchar claramente incluso el sonido de las manecillas del reloj, el cual, en complicidad con el locutor, no hacía un esfuerzo por apurar su ritmo. Muchas imágenes pasaban por la mente de estos muchachos. Algunos pensaban cuan crueles habían sido sus padres al introducirlos en esa mazmorra de la intelectualidad absurda. Otros, evocaban la parte primitiva y violenta del ser humano, implícita y escondida en lo recóndito de su ser durante generaciones, e imaginaban cuánto placer sería perceptible al destruir a este ente instructor con sus propias y desnudas manos. Veían claramente en sus mentes el cuerpo flácido y sangrante del orador, mientras festejaban su muerte, bailando en círculos con las manos ensangrentadas en lo alto, como ofrenda a imaginarios dioses.
Eso era mucho pedir. Sólo era un sueño. Una ilusión. La realidad era sustancialmente diferente. Ya el llegar a ser profesional llevaba por lo menos seis a siete años más de escuchar a estas personas carentes de identidad propia, y que se escudan tras la inocente rigidez de un cartón universitario. A pesar de muchas promesas, no se podía hacer nada para cambiar eso. Esos seres eran la autoridad dentro de la sala de clases. Estos jóvenes estaban abandonados a su suerte, ya que sus padres los habían entregado a estos seres nefastos disfrazados de sabios profesores. Se suponía que debían representar una figura paterna, pero realmente nunca han tenido ni tendrán interés en el bienestar de esos muchachos. Ellos sólo hacen su trabajo, les pagan por ser así, y los alumnos, en su condición de tal, los debían respetar, obedecer y ensalzar. Pero esa actitud no es recíproca. Ellos el único respeto que presentan por los alumnos, en muchas circunstancias, es porque los ven como quienes les proveen el cheque a fin de mes. Nada más.
Nadie puede hacer algo para cambiar este proceso. Nadie, menos aún ese mismo grupo de jóvenes. Ellos deben permanecer en silencio y sólo asumir esa nefasta realidad, la realidad del Sistema Educacional Chileno.


The Leviathan

Para Carlos Garcés, donde quiera que se encuentre [28.08.06]

Querido Carlos:

La razón de esta misiva que pase a dejar en tu blog era porque hace mucho tiempo que no se de tí y me estaba preocupando. Me costó mucho encontrar como escribirte porque no sabía como contactarte… tanto cambio de casa, de número de celular, de dirección permanente e incluso de ciudad me ha hecho difícil la comunicación contigo. Hace varios años que no pasas por mi tumba, sabes que nunca he querido que gastes tu platita en comprarme flores u otras tonteras, sino sólo quiero volver a estar solo contigo un momento como en antaño. Esos cerca de 20 minutos que te quedabas mirando en silencio mirando la sepultura, como queriendo ver a través de la tierra los huesos de quien te amó como a un hijo mientras estuvo vivo, y que hasta cuando ya no era capaz de articular palabra, y yacía en el que sería su lecho de muerte, jamás dejó de pensar en ti. Aún recuerdo los días que jugabamos con los gatos en la acogedora cocina de la casa, que aunque todos los años se nos inundaba, nos juntaba como la familia que ahora veo que ya no son. Me da pena verlos tan distanciados, pero veo que a veces la vida coloca pruebas que debemos resolver solos, y creo que estabas en tu derecho a averiguar las cosas por ti mismo… además la Anita tiene que resolver sus problemas con la Mamá Tila y el hecho de que se hayan quedado solas ahí, pasando la mayor parte del día peleando, las va a alejar de la soledad que las consumía el tiempo que estuvieron separadas.

Ya se como te va a tí, desde aca arriba de vez en cuando nos dejan ver a nuestros seres queridos y apenas tengo la posibilidad de verte, trato de hacerlo. Ya no veo al niño con el cual excavabamos el patio en busca del cementerio indio cuando te conte esa historia de terror tratando de que no salieras tanto pero terminamos haciendo hoyos juntos en busca de algún tesoro español capturado por una emboscada mapuche, o la criatura que arrancaba desconsolada hacia mis piernas, llorando y buscando protección de las abrumadoras palabras dañinas de la Tila. Ya no eres ese niño. Te volviste grande y feliz, y me emociono cuando veo eso. Ya no tengo lágrimas, pero si las tuviera, provocarían una de esas lluvias en Angol de las mismas que te contaba que yo había pasado en mi infancia, viviendo en lo profundo del campo chileno. Disfruto viendo tus logros, ya que como eres una persona que he visto que trata de vivir cada día como si fuera el último, mirando al futuro pero sin dejarse guiar por él, esos logros se consiguen todos los días. Veo que duermes bien, aunque aún no entiendo como lo haces dejando la ventana abierta y no pasas frío, y eso quiere decir que cada decisión que tomas te hace pegar las pestañas tranquilamente.

Aca arriba todo es distinto a como crees. Hay mucha felicidad en el ambiente, pero también mucha angustia, pero no por nosotros, sino por quienes dejamos en esa tierra. A veces veo desconsolado como la familia de la cual forme parte comete los mismos errores que la llevan a separarse aún mas. Veo que se han puesto algo hipócritas también, y aunque no lo sepas, esa es la razón por la cual no han aceptado tus ideas
de reunirse una vez más. Te apoyan desde la boca para afuera, pero en sus corazones guardan un rencor inexplicable por gente que las amaba de una manera distinta, como tu abuela. La Tila tu bien sabes que nunca fue cariñosa, siempre seria, se exaltaba por mínimas cosas y creo que eso creó odios que aún son irreconciliables. Sin embargo agradezco a Dios que supiste entender que ella los amaba y ama profundamente, pero a su manera, que aunque jamás compartiste, supiste a la larga aceptar. Creo que eso de “cuando seas mas grande vas a entender las cosas” fue muy válido. Pero bueno, por eso se nos da una vida tan corta para que aprendamos a vivir con las personas que queremos y disfrutarlas. Lo bueno viene en envases chicos, y la vida como la cosa mas grandiosa que existe, también debe ser corta.

Bueno Carlitos, no quiero contarte mas de lo que se vive acá arriba porque creo que cuando te llegue tu hora, será mas entretenido para tí conocerlo desde el inicio. Quiero que sepas que estoy bien, soy feliz de la vida que tuve, y acá la tranquilidad de ver que estás luchando por ser mejor cada día y en algún futuro, volver a unir a nuestra familia con la cual pasé los mejores años de mi vida, como fue en algún tiempo ya algo lejano.

Querido hijo, y te digo hijo porque te quise como tal, aunque no fui tu padre ni traté de reemplazarlo, pero sentí un amor tan grande por tí y que aunque mi flaqueante pierna coja desde que fui joven era uno de mis mayores limitantes, no fue impedimento para lanzarme a correr cuando llegó ese taxi que te traía desde el hospital, vestido con mi camisa a cuadros que no sé como y porqué recuerdas, y ser el primero, claro, despues de tu madre, en recibirte en nuestro hogar y alzarte a los cielos, cielos que estás luchando por alcanzar.

Sé el faro que ilumine nuestra familia, y que ninguna tempestad logre sobrellevar tu voluntad que tanto te ha costado forjar, con el esfuerzo propio que te caracteriza, esa voluntad única que nadie te impuso ni te dijo como formarla, sino que creaste por ti mismo.

Te amo, hijo mío.

Tu abuelo

Luis Alberto






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30.09.08 based on 28.08.06