Yo creo que nuestros padres nos bautizaron por alguna razón con nuestros nombres, nuestra crianza nos va entregando nuestro carácter y finalmente los años van quitándonos las fuerzas. Pero desde que nacemos, algo que nunca perdemos es la dignidad. No porque no se vaya "gastando", sino más porque es algo que viene con nosotros desde antes de nacer. Nuestra dignidad de ser humanos no es algo que vamos obteniendo con el tiempo, por ende, no es algo que podamos perder.
Pero entonces, ¿cuál es la puta razón por la cual algunas personas tratan a otras como meros pedazos de carne? Les contaré una breve historia del cotidiano vivir de un interno de una Sala de Medicina Mujeres.
Estaba la señora Ana feliz de la vida durmiendo en su camita. Bueno, no tan feliz de la vida, con cierto grado de insuficiencia respiratoria y con una falla renal que sería capaz de matar un semental pura sangre, pero ella estaba tranquila, con su dificultuosa respiración, sus paños orinados, y con su trasero probablemente lineal dado las duras camas de estos hospitales tercermundistas. En ese entonces, llega cierto paramédico. Entra a la sala con cierto aire de "aquí vengo yo", no tan prepotente, pero asumiendo que estaba de "local". Se dirige al final de la sala, toma un set de paños limpios, y se dirige a la cama de tan adorable viejecita.
La zamarrea, la trata de levantar, y ella en su desesperación por ver un hombre desnudándola y tironeándola, ella se resiste y empieza a gritar "ayúdenme!!", "defiéndanme!!"... (hagamos un break acá. Asumamos que es una persona de 95 años, época en el cual se consideraba signo casi degeneradamente pervertido mostrar las piernas más arriba de la rodilla en público). Y figuraba este individuo con la señora patas arriba, mostrando su humanidad a toda la sala (con visitas incluídas) con una brutalidad casi sajona y rostro impertérrito vistiendo de paños a la abuela.
Ella se resiste, él no cede... ella grita, él no escucha... ella llora, él ignora...
Luego de tan macabro espectáculo, llega el paramédico, se acerca a nosotros y nos dice "... a esta señora hay que amarrarla, se agita demasiado...". Ahí ya me salió lo indio. Pero menos mal que la becada de Medicina le dijo que no, porque de verdad no convenía para la convivencia dentro de la sala que yo abriera mi bocota "en caliente". El tipo asintió y se retiró como hiena a la cual los leones aún no la dejan comer.
Como siempre, me retiro después de las 5 PM una vez entregada la sala a los residentes, y también como siempre, me despido de las viejas. Es entonces cuando me dirijo a la señora María, de la cama contigua a la de la señora Ana, y le digo "cuideme la vieja, ya?", y procedo a salir de la sala. No había dado 2 pasos cuando el paramédico hace el siguiente comentario: "chuta que santifica a la veterana, eh?".
Mi corazón se detuvo como en esas secuencias en cámara lenta de Ridley Scott, al igual que mis pies. Mi lengua se batía desesperadamente por salir de las rejas de carne que la tienen constantemente aprisionada y decir de una vez lo que le tenía que decir, mientras mi cerebro pensaba rápido "pro's y desventajas" de cualquier acción (recuerden mis rasgos paranoides).
Lo miré, y SOLO pensé lo que tenía que decir. No emití sonido alguno por mis labios, pero creo que él leyó mi mente, ya su rostro no era impertérrito, sino especulante. Me di media vuelta y continué mi travesía hacia la residencia de internos.
"Yo en esa señora veo a mi propia abuela, a la abuela de mis amigos y por sobre todo, veo a una persona que sólo quiere morir tranquila. Si usted la ve como un saco de papas, o una de las tantas cosas a manipular en su trabajo, bien, pero no se atreva a decirme como ver a la gente que me rodea...".
Me lo repetí constantemente hasta llegar a mi casa. Cuestionándome si debí habérselo dicho o si hice bien en no decírselo. En otras circunstancias le pego al estúpido, pero habría tenido consecuencias. No que me echaran de la carrera ni nada, sino haber dejado la sala sin paramédico por esa noche...
Al ver esto escrito, me cuestiono nuevamente como vemos nosotros mismos la dignidad de las personas que nos rodean, y me doy cuenta que mientras menos respetamos a nuestro prójimo, menos nos respetamos a nosotros mismos. La dignidad por sí sola, de ser humano, no se puede perder, pero también aprendí a ver de que hay muchas cosas que la condicionan. Uno de los significados personales que le atibuyo a "ser digno", es "ser merecedor". Y las acciones de cada uno, nos "hacen ser merecedores" de respeto, admiración, o simplemente compasión como fue en este caso. La dignidad de mi damisela continúa intacta, al contrario que la dignidad de tal individuo de traje celeste.
Bueno, al llegar a mi casa, me hice una pequeña promesa, un pequeño intento, un pequeño reto. Voy a hacer a esta señora más digna de lo que es. ¿Cómo me dirán ustedes?. Haré lo posible por estabilizarla, darle soporte vital suficiente para mantenerla paradita un par de días u horas, para apurar el alta y que vaya a morir con los suyos. Sintiéndose acompañada, comprendida, y que ojalá alguien derrame una lágrima por ella cuando se nos vaya de este mundo.
Sé que es una decisión éticamente cuestionable, pero quien la cuestione puede quedarse con sus razonamientos, porque podré perder en algo la objetividad como futuro doctor, pero no perderé mi dignidad como ser humano.
The Leviathan