Es otoño. Comienzo a observar las aves que emigran del sur en busca de tierras más cálidas. No todas volverán. Muchas de ellas se quedarán en el camino; muchas ya saben que no hay retorno. Saben que es sólo un viaje de ida a un lugar que conocían desde el momento de nacer. para algunas significa el retorno a sus orígenes, a las tierras que las vieron aparecer en este planeta. Me pregunto si la vida del hombre es como el vuelo de las aves; el viaje comienza con un despegue lleno de entusiasmo y con un ímpetu incontrolable por llegar a lo más alto. Es un viaje hermoso, pero siempre persiste en la mente la sombra del aterrizaje. Para muchos ese aterrizaje es el definitivo. Esa tierra que te recibe se convertirá en tu última morada.
¡Oh, Dios!, quién me vio años atrás, cuando joven, dando brincos de alegría por verdes campos de hierba, persiguiendo las aves como un inocente juego, las cuales asustadas se alejaban de mí, emprendiendo un trémulo vuelo. Yo jugaba, feliz, lleno de energía, sin pensar en el futuro, sino dejándome atrapar en un paradisíaco presente. Recién emprendía mi vuelo. Quien me viera ahora. Aquí estoy, postrado en un sillón, justo en frente de una chimenea de alerce que durante años ha entibiado mis ancianos huesos. Mi rostro arrugado, casi inexpresivo, es una magra burla de lo que años atrás fue un rostro feliz y sonriente. Ya mis labios no sonríen. Sólo se dedican a sostener una vieja pipa de ébano que desdedécadas atrás se ha convertido en mi única compañera. Mi blanca y larga barba acaricia mi pecho, cubierto de entrecano vello, el cual se esconde cual tímido muchacho tras una bata de corte escocés, como si temiera exhibirse ante un irreal observador. Por Dios. Quien me vio y quien me viera; ahora esperando que mi existencia llegue al final de su vuelo.
No le temo a ese final. Toda mi vida volé errante, sin un plan de de vuelo ni proyecto a realizar. Dejé que el viento fuera mi guía. No siento en todo caso que mi vida fue en vano. Por lo mismo, mi aterrizaje no debería ser muy duro. Durante mi existencia, hice todo lo que tenía que hacer, no deje oportunidad sin aprovechar, no deje nada por lo cual temer el aterrizaje ni nada por lo cual volver. Todo lo que me queda esta justo al frente, ya no queda nada atrás. Ya no tengo pasado, sino sólo futuro. Dicen que hoy es el comienzo del resto de tu vida. No creo que eso sea válido cuando estás justo en el día de tu muerte. Sí, lo sé. Hoy es el gran día. Éste es el día por el cual he esperado toda mi vida, aunque si bien no lo recibo con mucha emoción, lo aguardaba con gran ansiedad. Se acabó el tabaco de mi pipa, creo que esta será la última. Digo “Adios vieja amiga” mientras la arrojo a las llamas de la chimenea, justo en el momento que siento una fría brisa que acaricia mi barba, mi rostro y mi cuerpo, como si fuera el viento que sostiene mis alas. Cierro los ojos. Veo esos campos de hierba que me acogieron durante mi niñez extender sus brazos fraternales para recibirme. Ya no me encuentro en mi sillón. Ya no siento el calor seco que me proporcionaba esa vieja chimenea. Sólo siento el viento de la libertad que me cobija en sus etéreos dedos y que me guía hacia abajo. Mis pies tocan esa húmeda y fértil tierra madre que me vio años atrás. Ya no soy ese viejo miserable y decrépito que gemía en ese ruidoso sillón. Ya éste no está. Ya no escucho crepitar la madera mientras arde en la chimenea. Ya no siento el olor a tabaco que emanaba de mi vieja pipa. Ya mis dolores han desaparecido. Me miro. Ahora veo un niño, corriendo nuevamente por estos prados, sin pensar ni en futuro ni en pasado. Siento una tranquilidad que me inunda. Mi alma está tranquila. Ha vuelto a su origen. Me rodea la verde llanura, el freso viento y, por sobre todo, el silencio.

The Leviathan
¡Oh, Dios!, quién me vio años atrás, cuando joven, dando brincos de alegría por verdes campos de hierba, persiguiendo las aves como un inocente juego, las cuales asustadas se alejaban de mí, emprendiendo un trémulo vuelo. Yo jugaba, feliz, lleno de energía, sin pensar en el futuro, sino dejándome atrapar en un paradisíaco presente. Recién emprendía mi vuelo. Quien me viera ahora. Aquí estoy, postrado en un sillón, justo en frente de una chimenea de alerce que durante años ha entibiado mis ancianos huesos. Mi rostro arrugado, casi inexpresivo, es una magra burla de lo que años atrás fue un rostro feliz y sonriente. Ya mis labios no sonríen. Sólo se dedican a sostener una vieja pipa de ébano que desdedécadas atrás se ha convertido en mi única compañera. Mi blanca y larga barba acaricia mi pecho, cubierto de entrecano vello, el cual se esconde cual tímido muchacho tras una bata de corte escocés, como si temiera exhibirse ante un irreal observador. Por Dios. Quien me vio y quien me viera; ahora esperando que mi existencia llegue al final de su vuelo.
No le temo a ese final. Toda mi vida volé errante, sin un plan de de vuelo ni proyecto a realizar. Dejé que el viento fuera mi guía. No siento en todo caso que mi vida fue en vano. Por lo mismo, mi aterrizaje no debería ser muy duro. Durante mi existencia, hice todo lo que tenía que hacer, no deje oportunidad sin aprovechar, no deje nada por lo cual temer el aterrizaje ni nada por lo cual volver. Todo lo que me queda esta justo al frente, ya no queda nada atrás. Ya no tengo pasado, sino sólo futuro. Dicen que hoy es el comienzo del resto de tu vida. No creo que eso sea válido cuando estás justo en el día de tu muerte. Sí, lo sé. Hoy es el gran día. Éste es el día por el cual he esperado toda mi vida, aunque si bien no lo recibo con mucha emoción, lo aguardaba con gran ansiedad. Se acabó el tabaco de mi pipa, creo que esta será la última. Digo “Adios vieja amiga” mientras la arrojo a las llamas de la chimenea, justo en el momento que siento una fría brisa que acaricia mi barba, mi rostro y mi cuerpo, como si fuera el viento que sostiene mis alas. Cierro los ojos. Veo esos campos de hierba que me acogieron durante mi niñez extender sus brazos fraternales para recibirme. Ya no me encuentro en mi sillón. Ya no siento el calor seco que me proporcionaba esa vieja chimenea. Sólo siento el viento de la libertad que me cobija en sus etéreos dedos y que me guía hacia abajo. Mis pies tocan esa húmeda y fértil tierra madre que me vio años atrás. Ya no soy ese viejo miserable y decrépito que gemía en ese ruidoso sillón. Ya éste no está. Ya no escucho crepitar la madera mientras arde en la chimenea. Ya no siento el olor a tabaco que emanaba de mi vieja pipa. Ya mis dolores han desaparecido. Me miro. Ahora veo un niño, corriendo nuevamente por estos prados, sin pensar ni en futuro ni en pasado. Siento una tranquilidad que me inunda. Mi alma está tranquila. Ha vuelto a su origen. Me rodea la verde llanura, el freso viento y, por sobre todo, el silencio.

The Leviathan
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